martes, 24 de octubre de 2017

En la crisis española todos juegan con cartas marcadas

Cataluña en la hoguera

Los independentistas catalanes emulan la receta de las “revoluciones de colores” para que la responsabilidad por la ruptura recaiga sobre el gobierno central


Cuando en 1520 Martín Lutero concurrió a la Dieta imperial de Worms para exponer sus tesis ante el Emperador Carlos V y pronunció su terminante “Señor, hasta aquí llegué y no puedo de otra manera”, tenía un salvoconducto del soberano. Tuvo miedo de que lo tomaran prisionero y lo condenaran por hereje, como había sucedido un siglo antes con el checo Jan Hus, pero el joven soberano cumplió su palabra: lo recibió, lo intimó infructuosamente a retractarse y, a pesar del desentendimiento, lo dejó ir. En el momento en que Carles Puigdemont concurra este jueves al Senado Español a presentar su alegato contra la intervención a Cataluña, no tendrá tales seguridades, pero no le importa. Más bien desea ser detenido por sedición, para echar al gobierno central la culpa por la fractura de España. Los nacionalistas catalanes están siguiendo al pie de la letra el manual de las “revoluciones de colores” y el Rey y Mariano Rajoy caen en todas las trampas que aquéllos les tienden.

El presidente del gobierno de la Generalitat acudirá al Senado para presentar sus alegaciones contra la puesta en marcha de las medidas previstas en el artículo 155 de la Constitución española de 1978 que permite que el gobierno de Madrid intervenga temporalmente algunas funciones de la autonomía catalana, como lo ha comunicado el presidente Mariano Rajoy el sábado pasado.

El jefe del ejecutivo catalán puede comparecer el jueves ante la comisión del Senado encargada de la aplicación de dicho artículo o en el pleno del viernes, aunque la fecha y hora aún no está cerrada, porque depende del tenor de la convocatoria a un pleno del Parlamento catalán previsto para el jueves.
 
Fiel al antecedente imperial, la vicepresidenta del gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría, ha esbozado en declaraciones radiales dadas el lunes la posibilidad de que el ejecutivo madrileño suavice la aplicación del artículo 155, si Puigdemont se retracta públicamente de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI)… que todavía no dio. Así están Madrid y Barcelona en un juego del gato y el ratón en el que éste lleva las de ganar.

El pleno del parlamento de Cataluña sobre la aplicación del artículo 155 de la Constitución se reunirá el próximo jueves 26. Aún no se ha fijado la hora, pues depende de la comparecencia del presidente de Generalitat en el Senado. O sea, que la comisión senatorial condiciona la presentación del líder catalán a la sesión del legislativo regional y éste, a su vez, decide sobre la sesión según lo que suceda en Madrid. Ambos contendientes juegan con cartas marcadas y se miran por encima del hombro.

Pocas perspectivas de éxito se le adjudican, en tanto, a la “Comisión Independiente para la Mediación, el Diálogo y la Conciliación” que se presentó el lunes por la tarde en la Universidad de Barcelona y está integrada por representantes sindicales, patronales, de universidades y otros colegios profesionales. Esta nueva comisión ha llamado a buscar “una salida pactada a la situación política de Cataluña, encontrar vías de diálogo y escapar de posiciones extremas”. Significativamente, en el acto no participó ningún representante del Estado central ni de las organizaciones y partidos españolistas.

El lunes circulaba en Barcelona el rumor de que los portavoces de la coalición nacionalista gobernante Juntos por el Sí (JxSì, integrada por el Partido Democrático de Cataluña –PdeCat– y por Izquierda Republicana de Cataluña –ERC–) y de la izquierdista Candidatura de Unidad Popular (CUP) aprovecharán la sesión parlamentaria del jueves para declarar la independencia y fundar la República Catalana, pero este anuncio puede ser una nueva provocación para que Madrid apresure la aplicación del artículo 155, cuando Puigdemont todavía debe comparecer ante el Senado.
 
Muchos independentistas todavía creen que, si Cataluña declara la independencia, seguirá siendo miembro de la Unión Europea, que la vida continuará como hasta ahora y que Europa, de alguna manera, vendrá a ayudarlos. Cierran los oídos a todas las advertencias. Los líderes del movimiento independentista proporcionaron informaciones falsas a las que ahora se aferra la gente. Fomentaron un entusiasmo ciego que se apartó de la realidad y Carles Puigdemont alentó este espíritu. Se puso al frente de un carro que no pudo controlar. Finalmente, también la cadena regional TV3 se convirtió en un instrumento propagandístico a favor de la independencia.

Esta semana obligará a todos los actores de este drama a moverse en un campo minado que fácilmente puede producir explosiones incontrolables. Si el viernes –en caso de que la presentación del líder catalán en Madrid no dé resultados positivos– se suspende en parte la autonomía de Cataluña, la crisis se agudizará. Será muy difícil manejar una región semiautónoma desde Madrid sin provocar a los catalanes más de lo necesario.

Los próximos días mostrarán qué camino tomará la crisis del Estado español. Mucho apunta hacia un trance largo y desgastante que pondrá a prueba la democracia en España y a su economía en riesgo durante años. Pero para Cataluña el precio político y económico aumentará a medida que pasen los meses. A los líderes catalanes no parece importarles, ya que parecen seguir literalmente las indicaciones del manual “De la dictadura a la democracia” con el que el profesor Gene Sharp inspiró las llamadas “revoluciones de colores” que atomizaron los estados en los Balcanes, Oriente Medio y el norte de África en los últimos veinte años. Para ello cuentan con la asistencia financiera de George Soros y otros financistas que miran con beneplácito una Europa fragmentada en cerca de cien estados “nacionales” minúsculos.

La proverbial barbarie borbónica y la cerrazón del corrupto gobierno conservador español complementan idealmente la intentona. Por el camino quedan la democracia y los derechos, pero esto no figura en los manuales.

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Eduardo J. Vior