viernes, 20 de mayo de 2016

Austria prologa el vaciamiento de la Unión Europea

¿Pueden ganar los neonazis?

Por Revista Veintitres
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por Eduardo J. Vior

El 21 de noviembre de este año se cumple un siglo de la muerte del emperador Francisco José I (1848-1916). Dos años después, con la derrota de las potencias centrales (Alemania, Austria-Hungría y el Imperio Otomano) el imperio se dividió en varios Estados. Al paternal emperador se une la figura de su esposa Elisabeth de Austria y Hungría, conocida como “Sissi”. Ya en vida su imagen melancólica se difundía en todo tipo de medallita, estampa y daguerrotipo. Cuando fue muerta por un anarquista en 1898, se convirtió en el mito de un pasado imperial armónico intensamente resucitado por el film de Ernst Marischka (1955), protagonizado por la entonces jovencísima Romy Schneider. Cada vez que la Austria republicana está en crisis, el mito retorna con enorme potencia. 85.000 refugiados de guerra sirios, iraquíes y afganos ha aceptado el país en 2015; sólo 37.500 obtendrán este año la visa. Sin embargo, es demasiado para una población agitada por la prensa amarilla y el nacionalismo xenófobo. Una caldera del diablo en la que se cuece la segunda vuelta de la elección del Presidente Federal que se realiza este domingo 22.
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, celebrada el pasado 24 de abril, el candidato del Partido Liberal de Austria (FPÖ, por su sigla en alemán), Norbert Hofer, obtuvo el 35% de los votos y se impuso en ocho de los nueve estados federados, excepto en Viena. Segundo salió con el 21,34% el candidato independiente apoyado por los Verdes Alexander van der Bellen. Ambos se presentan este domingo al ballottage. La liberal independiente Irmgard Griss obtuvo 18,94%, el socialdemócrata Hundstorfer recibió solo el 11,28%, seguido por el socialcristiano conservador Khol con el 11,12%. El sexto candidato (Lugner) sólo llegó al 2,26% de los sufragios. 

Como consecuencia de la derrota electoral, el 9 de mayo pasado renunció el socialdemócrata canciller federal Werner Faymann (del SPÖ, por su sigla en alemán), El vicecanciller Reinhold Mitterlehner, del conservador Partido Popular Austríaco (ÖVP), asumió provisoriamente el cargo. El FPÖ se anotó la renuncia del jefe de gobierno como una segunda victoria, resultado del castigo electoral a la política zigzagueante del gobierno, que primero aceptó a miles de refugiados, para luego cerrar drásticamente las puertas del país.

Los socialdemócratas quieren que la Asamblea Nacional elija rápidamente a un sucesor para la Cancillería, de modo de evitar la convocatoria a elecciones parlamentarias anticipadas que podrían dar el poder a los nacionalistas. Para ello, empero, deberían ponerse de acuerdo previamente en torno a una posición unificada ante los reaccionarios. Tanto socialdemócratas como socialcristianos han oscilado en los últimos quince años entre la negativa a negociar con los nacionalistas y la formación de coaliciones con ellos a nivel federal y estadual. En el mismo dilema se debate la mayoría de los partidos democráticos europeos ante la irrupción de los populismos xenófobos.

El FPÖ es un partido nacionalista de masas fundado en 1955. Hasta principios de la década de 1990 convivieron en él corrientes nacionalistas y liberales, pero desde entonces se definió como reaccionario. Si bien se remite al movimiento nacional liberal de 1848, se nutre fuertemente de tradiciones católicas e incluso alberga a grupos neonazis. Se adjudica pertenecer al “tercer campo“, más allá de los conservadores y los socialdemócratas, pero tiene lazos comprobados con extremistas de derecha dentro y fuera del país. En su programa de 2011 se manifiesta por una “Europa de los pueblos y naciones libres” contra el gobierno supranacional de la Unión Europea (UE). Un vago eco del Imperio Austro-Húngaro resuena en su discurso chovinista contra los refugiados.

Como en 2010 se derogó la llamada “cláusula Habsburgo” que prohibía a los miembros de la antigua casa imperial votar o ser elegidos y en 2016 era la primera ocasión en que podían hacerlo, se especuló con que algún vástago de la realeza podía presentarse a elecciones, pero la nostalgia del imperio todavía no llegó a tanto.

El hundimiento de la socialdemocracia y los conservadores socialcristianos, constructores de la segunda república austríaca después de la guerra, refleja la impotencia de los partidos comprometidos con el régimen oligárquico imperante en la Unión Europea (UE). Esta se ha degradado hasta convertirse en un bloque político regido por sólo cuatro personas: Jean-Claude Junker (presidente de la Comisión Europea), Mario Draghi (presidente del Banco Central Europeo), Angela Merkel (canciller de Alemania) y Christine Lagarde (presidenta del Fondo Monetario Internacional). El poder de este cuarteto ha degradado a los partidos políticos que solo sirven para expresar potenciales de protesta, pero no para gobernar, una inutilidad que los electores están facturando muy caro. 

A diferencia de Alemania, en Austria nunca hubo una sistemática política de la memoria para superar el nazismo. En gran parte de la sociedad todavía impera el mito de que en 1938 el país fue invadido y anexado al III Reich contra su voluntad, aunque la investigación historiográfica ha demostrado hace tiempo que la mayoría del pueblo austríaco aceptó entusiastamente el ingreso al Reich. En Austria hubo campos de concentración y algunos de los peores criminales de guerra fueron austríacos, pero su sociedad se empeña en olvidarlo. Cuanto mayor es el manto de inocencia con el que el pueblo austríaco cubre su pasado, mayor es su disposición a aceptar en el presente barbaridades semejantes.

Si Norbert Hofer es elegido este domingo como presidente, los nacionalistas tratarán de forzar elecciones parlamentarias anticipadas, para hacerse con el gobierno que, en una república parlamentaria, es el que tiene el poder de decisión. Para darse una aureola gloriosa, la derecha conmemora el centenario de la muerte de Francisco José I reviviendo el mito de la dulce emperatriz. Si el FPÖ, empero, logra dirigir el gobierno, la quiebra de la Europa supranacional no la arregla ni el fantasma de Sissi.

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Eduardo J. Vior