domingo, 20 de marzo de 2016

Los enemigos del fascista Trump son los de Latinoamérica

DOMINGO
20 DE MARZO DE 2016
 

La presión del “círculo rojo” de Estados Unidos


La presión del “círculo rojo” de Estados Unidos
Por Eduardo J. Vior

Los triunfos de Donald Trump en los comicios primarios de Florida e Illinois del martes pasado y su buena performance en Missouri, Ohio y Carolina del Norte lo acercaron a la nominación presidencial republicana, aunque no tan decididamente como se preveía, porque el éxito del gobernador John Kasich en Ohio le impidió conquistar ya la mayoría de los delegados que necesita para ser electo candidato republicano. Sin embargo, al doblar en Florida en votos al local Rubio, Trump obtuvo una decisiva victoria sobre el aparato partidario y Paul Singer.

Entre tanto, en el Partido Demócrata la victoria de Hillary Clinton sobre Bernie Sanders en los cinco estados consolidó su ventaja. Aunque el círculo rojo del poder norteamericano se está movilizando para frenar a Trump, probablemente deba optar por Hillary Clinton si quiere mantener su monopolio del poder.

Durante el fin de semana del 5 y 6 de marzo el cielo sobre la isla de Sea se oscureció por la cantidad de jets corporativos que aterrizaron en el pequeño aeroparque vecino. Observadores anónimos contaron 54. La estrecha faja de tierra es un paraíso situado en el límite entre los estados de Georgia y Florida. Por su aislamiento los dos hoteles spa de cinco estrellas con acceso restringido que funcionan en la isla son a menudo sede de reuniones de alto nivel a puertas cerradas. Esta vez se congregó allí la elite del poder norteamericano. Entre los concurrentes se destacaron Tim Cook (Apple), Larry Page y Eric Schmidt (Google), Sean Parker (Napster), Elon Musk (Tesla Motors) y otros superricos llegados supuestamente para el foro anual del American Enterprise Institute, uno de los think tank neoconservadores que apoyó a Bush. A ellos se sumaron el líder del bloque republicano del Senado Mitch McConnell, el gurú de Bush Karl Rove (actualmente ejecutivo de Fox) y el presidente republicano de la Cámara de Representantes, Paul Ryan. Los acompañaron varios senadores y representantes del GOP. Además de republicanos también asistieron Arthur Sulzberger (New York Times) y el representante demócrata por Maryland John Delaney. Asimismo concurrió William Kristol (Weekly Standard). El encuentro fue una pantalla para discutir cómo frenar a Donald Trump.

Ya unos días antes se organizó en Wall Street el comité de acción política (PAC, por la sigla en inglés) Nuestros Principios. El grupo se propuso (y lo logró) saturar antes del martes 15 las transmisiones radiotelevisivas de Florida con propaganda contra Trump y a favor de Rubio. Los principales financiadores del PAC son Paul Singer, Meg Whitman (Hewlett Packard) y Todd Rickets (gran empresario de taxis de Chicago). Otros generosos se sumaron a la partida. Singer está decidido a invertir el dinero que sea necesario, para impedir la candidatura de Trump.

Los adversarios del magnate inmobiliario pretenden desenmascararlo denunciando sus oscuros negocios y sus lazos con el Ku Klux Klan, pero Trump está inmunizado por su propia demagogia. Cualquier ataque contra él ratifica la tesis de la conspiración de “los de Washington” contra “los de abajo” a quienes estaría dando voz. Tampoco parece posible que sus adversarios compren suficientes delegados como para poder torcer a favor de Rubio la Convención Nacional Republicana, muchos ya comienzan a aceptar la candidatura de Trump como inevitable y se consuelan con Hillary como mal menor.
La elite republicana y el aparato de Washington rechazan al magnate inmobiliario por su extrema crudeza, su independencia del aparato partidario (en gran parte gracias a su riqueza) y sus demoledoras críticas a los líderes republicanos de los últimos años. No obstante, la oligarquía se resiente sobre todo de la base electoral transversal (republicana y demócrata) que Trump moviliza. Se trata mayormente de blancos pobres y de baja clase media, resentidos contra las elites que han destruido su bienestar, pero que descargan su animosidad contra los demás pobres.

El éxito de Trump resulta del odio sembrado por el Partido Republicano en los últimos 50 años. Aboga por el proteccionismo, para “proteger el trabajo de los norteamericanos”, denuncia a las corporaciones que desplazan la producción a México y otros paraísos salariales, se opone a la reforma sanitaria de Obama por los privilegios que da a las empresas farmacéuticas y a las compañías de seguros médicos y ha logrado a la vez que sus seguidores acepten como normal su inmensa riqueza.

Sin embargo, el precandidato se nutre también de la política demócrata de los últimos 25 años. Bill Clinton abrió el camino al libre comercio con el tratado con México y Canadá en 1993 y continuó con la desregulación financiera iniciada por Reagan. Barack Obama, por su parte, agudizó tanto la concentración de la riqueza que hoy el uno por ciento de los estadounidenses posee el 95 por ciento de la riqueza nacional.

Finalmente, Donald Trump también es una criatura de los medios. Desde hace años dirige (con gran rating) un reality show en el que selecciona por un bárbaro concurso a directivos para sus propias empresas y todos los canales de televisión han festejado largamente sus bufonadas, groserías e improperios.

Bernie Sanders, entre tanto, con su moderada retórica contra la desigualdad, es mucho más auténticamente demócrata que Hillary, lo que le permite interpelar a un electorado demócrata que desde 2008 se ha volcado masivamente hacia el centroizquierda y la izquierda, pero, en una época de aguda polarización como esta, resulta demasiado “civilizado” y es rebalsado por Trump, quien promete entrar en Washington a los martillazos para “Make America Great Again” (“hacer de los Estados Unidos nuevamente un gran país”). El resentimiento aborrece del vacío.

Si Paul Singer y sus amigos no logran frenar a Trump en las primarias, probablemente intenten comprar delegados para torcer la decisión de la Convención Nacional Republicana. Si, a pesar de ello, el “Berlusconi norteamericano” igual alcanza la nominación, la oligarquía buscará rodearlo y condicionar su campaña electoral o quizá se decida por coronar a Hillary. Donald Trump no es un caudillo popular, pero detrás de él los resentidos con razón irrumpen en la escena política. Hasta los trabajadores y pobres que hoy apoyan a Bernie Sanders pueden pasar a sostener al filofascismo si estalla la crisis que muchos anuncian. Quizá la oligarquía consiga contener otra vez el aluvión y poner en el Salón Oval a uno de los suyos, pero nadie asegura que en la venidera conmoción el mismo Donald Trump u otro peor no tenga éxito en su marcha sobre Washington.

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Eduardo J. Vior