domingo, 30 de marzo de 2014

A medio siglo del golpe de estado en Brasil


Un modelo mental persistente

Cuando se produjo el derrocamiento del presidente João Goulart, que comenzó el 31 de marzo de 1964, pareció que se trataba de una restauración conservadora más. 


Los ministros de Planeamiento, Roberto Campos, y de Finanzas, Otávio Bulhões, del gobierno de Humberto Castelo Branco (1964-67) quisieron destruir las bases sociales del laborismo, pero la conjunción de Doctrina de Seguridad Nacional, geoestrategia expansionista e industrialización sustitutiva de exportaciones que al final se impuso, produjo un resultado contradictorio: un país riquísimo con una inmensa masa de pobres y desamparados. Más determinante es empero la argamasa mental de sumisión y violencia que lo mantiene unido.
Como confesó Roberto de Oliveira Campos a este autor en 1985, Brasil no tenía en 1964 serios problemas económicos. Su problema era –me dijo– el populismo que, como se sabe, "lleva al comunismo". Su base eran los sindicatos de masas favorecidos por la gran concentración de trabajadores en la industria sustitutiva de importaciones surgida en las tres décadas anteriores. Entonces –continuó– se trataba de destruir esta industria de bienes de consumo, para disminuir la concentración de trabajadores, debilitar a los sindicatos, destruir el populismo laborista y evitar el comunismo. 
Para aplicar esta simple ecuación, hasta 1967 se implementó un plan de estabilización monetaria, se abrió el mercado a las importaciones, se bajaron los salarios y se liberó la especulación financiera, mientras se edificaba la Rede Globo como monopolio audiovisual. En un país con un altísimo analfabetismo, la televisión fue el instrumento privilegiado de reproducción del pensamiento autoritario. A la par de las persecuciones, la censura, las prohibiciones de organizaciones políticas y sindicales, el gobierno de Castelo Branco tuvo éxito en destruir el laborismo, pero abrió la puerta a dos enemigos: la radicalización de la izquierda y la revuelta nacionalista en el Ejército y la Aeronáutica.
Los gobiernos de Costa e Silva (1967-68) y Garrastazu Médici (1969-74) que lo siguieron dieron cuenta de ambas rebeliones aplicando el terrorismo de Estado, con megaproyectos de infraestructura (la represa de Itaipú, el puente Rio-Niteroi y la carretera transamazónica), y subsidiando la sustitución de exportaciones. Antônio Delfim Neto (hoy oficialista de Dilma) fue el ministro de Hacienda de ambos gobiernos y nuevamente entre 1979 y 1985 organizó el crecimiento concentrado, defendió las empresas estatales, contrajo las deudas externas con las que se financiaron los megaproyectos y expandió el consumo sin precedentes hasta la crisis petrolera de 1973. 
En ese momento se inicia la reforma del Estado brasileño que continuará en el gobierno de Ernesto Geisel (1974-78) desdoblando el aparato estatal en un núcleo central (Presidencia, Relaciones Exteriores, Defensa, Planeamiento, Economía y Hacienda) con gran eficiencia y orientado al cumplimiento de metas estratégicas (1° Plan Nacional de Desarrollo 1972-74), y el resto, que se mantiene como coto de caza para los aliados locales y corporativos de la dictadura. Las reformas neoliberales de los años 90 no alteraron esta dicotomía. 
Entre tanto, la ley universitaria de 1968, aún vigente, orientó las universidades federales según el modelo norteamericano, instauró un sistema altamente competitivo, los exámenes de ingreso, la dependencia de las universidades del Ministerio de Educación y un sistema de carrera académica que valora la cantidad sobre la calidad de la producción. De este modo las universidades fueron colocadas bajo la dependencia de las grandes empresas y se incentivó el desarrollo del sistema privado. Por otra parte, como no se atendió el sistema escolar público, se produjo la paradoja, aún subsistente, de que sólo los alumnos de las mejores escuelas privadas aprueban el ingreso a las buenas universidades públicas, en tanto los egresados de las malas escuelas públicas deben ir a las universidades privadas.
Junto a los medios y a la educación, el tercer instrumento de disciplinamiento y continuidad de la dictadura fue la justicia. Si bien la Orden de Abogados de Brasil (OAB, representación corporativa de la categoría) se manifestó tempranamente contra las violaciones de los derechos civiles y políticos, la mayoría de la magistratura se alineó con el régimen, aceptó la limitación de sus poderes y convalidó decisiones como el Acta Institucional N° 5 de 1968, que destruyeron los restos de la democracia brasileña. Todavía hoy muchos fallos que entonces dio el Supremo Tribunal Federal mantienen su validez.
Bajo el asesoramiento de Golbery do Couto e Silva, el gobierno de Geisel (1974-79) y el de João Batista Figueiredo (1979-85) impulsaron una democratización consensuada con las fuerzas tradicionales que tuvo su gran hito en la Ley de Amnistía de 1979, que liberó a los presos políticos y acabó con la represión más violenta, pero eximió de todo cargo a los represores. 
En condiciones de crisis del sector externo por los dos shocks petroleros (1973 y 1979), a partir de 1981 estalló una crisis económica que obligó a Brasil a someterse al FMI y redujo el margen de maniobra del gobierno frente a la oposición. No obstante, en 1984 aún pudo resistir la masiva campaña por las elecciones presidenciales directas e imponer en el Congreso una fórmula consensuada entre el liberal Tancredo Neves y el hasta hacía poco jefe del partido oficialista José Sarney, con tanta fortuna que Neves murió en marzo de 1985 antes de asumir y el presidente de la transición a la democracia (y uno de sus guardianes hasta hoy) fue quien lideraba el partido de la dictadura.
No obstante la crisis, de 1974 a 1979, se implementó el 2° Plan Nacional de Desarrollo que, si bien fracasó en su objetivo de alcanzar la autonomía tecnológica y la producción de bienes de capital que permitiera crecer a la industria sin depender de las importaciones, tuvo el efecto concomitante de incorporar a centenares de intelectuales y profesionales de izquierda a la maquinaria estatal. De este modo se superaron "los años de plomo", en tanto se aseguraba la complicidad de los opositores con el modelo implementado. También la Rede Globo empleó a numerosos izquierdistas impedidos por la censura de trabajar en otros medios, quienes le aseguraron el "boom" de las telenovelas y excelentes noticieros. Al mismo tiempo la expansión del cultivo de caña de azúcar para la producción de biocombustibles permitió una alta concentración de la propiedad territorial.
La dictadura brasileña instaló entre 1964 y 1985 un modelo económico-social de crecimiento concentrado orientado hacia afuera que fracturó el país regional y socialmente, pero su mayor éxito fue el consenso que construyó en gran parte de las clases medias, aunque fueran opositoras, y el terror perdurable en los sectores populares mediante la represión directa y la militarización de las policías. La verticalidad del sistema, el autoritarismo, los usos palaciegos, la falta de debate social y el racismo extendido son inherentes al modelo mental más exitoso de América del Sur.

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Eduardo J. Vior