domingo, 7 de octubre de 2012

Dilma y Lula, trabados por el sistema electoral

Municipales en la mira del 2014

Año 5. Edición número 229. Domingo 7 de octubre de 2012
Urnas calientes. 1º de octubre en San Pablo, la presidenta en un acto de campaña del paulista haddad.

Hoy se eligen alcaldes y concejales en los 5.565 municipios de Brasil. En Belo Horizonte, el PT está enfrentado con los socialistas; en Porto Alegre, los comunistas enfrentan a los laboristas; en San Pablo, el oficialismo se alió con el derechista Partido Progresista; y en Río de Janeiro, el lulismo apoya al conservador Eduardo Paes.
A diferencia de lo que sucede en la Argentina las elecciones municipales que se realizan hoy en Brasil tienen un gran peso en la política nacional. Antiguamente, era la regla que los diputados se elegían a partir de coaliciones y grupos con asentamiento territorial. Para ello, necesitaban el apoyo de los alcaldes y concejales a los que a su vez sostenían en las elecciones municipales. Hoy en día el sistema es más flexible y la aparición de partidos ideológicos modificó un poco la influencia de los poderes locales sobre la Cámara de Diputados. Sin embargo, todavía gran parte de sus miembros se elige a partir de constelaciones locales. Incluso los partidos grandes negocian con sus fracciones locales, para mantener la llegada al electorado. Fue la Constitución de 1988 la que dio a estos comicios la función de control de los gobiernos y legislaturas en la mitad de sus períodos. Sin embargo, la legislación partidaria y electoral adoptada desde entonces, al debilitar a los partidos políticos, aumentar la importancia del financiamiento privado de las campañas electorales y sobrevalorar la propaganda televisiva, dio a la política local un peso desmedido, sin que esto signifique mayor control democrático. En realidad, todo lo contrario.
Hoy se eligen alcaldes (prefeitos) y concejales (vereadores) en los 5.565 municipios de Brasil. El código electoral brasileño combina el sistema mayoritario a dos vueltas para la elección de los alcaldes con el proporcional para la elección de los concejales que se eligen por voto nominal para los candidatos. Los más votados componen las listas partidarias. Cada partido obtiene un número de cargos proporcional a la suma de los votos obtenidos por sus candidatos, cargos que se distribuyen entre los candidatos más votados. Como los principales partidos nacionales tienen pesos regionales dispares, la competencia electoral está condicionada por las realidades locales. Así, proliferan las pequeñas siglas y las organizaciones medianas que aprovechan el tamaño de algunos distritos, para influir en la política nacional mediante sus alianzas y la presión sobre los partidos mayores.
Para convertirse en candidato para una elección representativa basta afiliarse a un partido y aportar apoyo financiero para sostener la propia campaña. Sin embargo, es difícil hacerse elegir desde un partido pequeño, por lo que se necesitan las coaliciones, que se registran en la Justicia Electoral como un único partido, suman sus minutos gratuitos de televisión y sus votos. De este modo, se impone la tendencia a formar coaliciones oportunistas sin consistencia ideológica. Además, la Ley electoral de 1997 permite a los partidos integrarse en coaliciones diferentes para la elección mayoritaria (la de alcalde) y la representativa. La campaña electoral se convierte así en un carnaval en el que el elector no puede diferenciar orientaciones y debe guiarse o por lealtades tradicionales o por su percepción del show mediático resultante de este sistema.
También el régimen de financiamiento de las campañas debilita a los partidos. Según la ley de 1997, las empresas pueden contribuir a las campañas hasta con el 2% de su patrimonio, lo que es mucho dinero. Estas contribuciones obligan al candidato electo a tener en cuenta a las donantes a la hora de las licitaciones públicas. Como consecuencia, todas las empresas se ven obligadas a hacer estos aportes, originándose una intrincada red de relaciones.
Durante largos años, el PT se apoyó en algunos partidos menores afines, para formar coaliciones locales que le aseguraron el poder en los grandes conglomerados urbanos. A estos partidos, estas alianzas a su vez les sirvieron para compartir el poder en todos los niveles. Sin embargo, en los últimos tiempos se desprendieron crecientemente de su tutor, para buscar otras alianzas que les permitieran seguir creciendo. Así, en las principales ciudades del Nordeste y en Belo Horizonte, el PT está enfrentado con los socialistas, en Porto Alegre los comunistas enfrentan a los laboristas como principales candidatos a la alcaldía y marginan al PT, en San Pablo el PT se coaligó con el derechista Partido Progresista (PP) alienándose muchos votos de izquierda, y en Río de Janeiro apoya al alcalde Eduardo Paes, ligado a las milicias parapoliciales.
El fenómeno más llamativo de la campaña electoral de 2012 es el crecimiento de los candidatos pentecostales. Expresan una fórmula exitosa: ante la pérdida de identidad ideológica de los partidos, el moralismo neoconservador que compra partidos con su enorme poder financiero y tiene el apoyo casi irrestricto de los grandes medios se ha establecido como tendencia de la política brasileña. A partir de sus éxitos locales va a influir en la política de los partidos mayoritarios y es previsible que en 2014 aumente su actual representación en la Cámara de Diputados.
Ante este panorama es previsible que el gobierno de Dilma tenga que enfrentar negociaciones cada vez más complicadas con los 14 partidos y 400 diputados que integran su base parlamentaria. El mayor poder local de estos partidos aumentará literalmente su precio a la hora de negociar sus apoyos al gobierno.
A partir de estas elecciones comienzan los preparativos para las candidaturas federales y estaduales, ejecutivas y parlamentarias, para las elecciones de noviembre de 2014. Al mismo tiempo, los traspiés del PT en diversas capitales reavivarán la polémica interna entre los lulistas y los dilmistas. El PT es una parte más del arco partidario, con menos corrupción, pero con las mismas debilidades. Evidentemente, la reforma de los sistemas partidario y electoral está a la orden del día, pero ¿quién le pone el cascabel al gato?.

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Eduardo J. Vior